Por: Oscar Cabrera
Un apabullante hormigueo en las terminaciones nerviosas de
mis falanges, advierten del agotamiento y sumado a la pesadez de los parpados
por la incandescente luminosidad de la computadora. Cavilo infructuosamente
para escribir una reseña sobre un vacuo producto cinematográfico que mire ese
día, sin embargo ronda por mi psique la necesidad de remembrar con cierta inconstancia
en mi proceder vital, vislumbrando la victima que soy de mi negligencia para
continuar materializando los proyectos que tanto añoro; contrario a otros
adeptos de la constancia pero sin una mera proyección creativa. Pareciera para
usted lector que mi interior es carcomido por la envidia, pero la realidad es
que me bloqueo temiendo estrellarme sin apreciar ese apoyo incondicional
brindado por los que si creen en mí. Temiendo ser consecuente y reciproco por
la absurda aversión de reseñarme.
Cuando logro dormir se me dificulta levantarme al carecer de
esa mecha encendida de traslucido deseo para generar una idea y luego
ejecutarla durante la jornada. Acude repentina la imagen paradójica de anoche
intentando no yacer, ya que mis trayectos oníricos jamás son efímeros como una
gota de sudor. Al venir el abrazo del mísero Morfeo, mi psique tal cual oxidado
proyector pasa atropelladamente algunos fotogramas, destacando uno conmigo reflejándome
desnudo en el espejo del baño, con barba y los globos oculares enrojecidos,
contemplando cada zona de mi impasible rostro. Súbitamente entran al lugar
varios sujetos vistiendo licras rojas de cuerpo entero, usando mascaras con
rostros no solo conocidos, sino de aquellos que tanto adoro actualmente e
inclusive otros relevantes de mi pasado más turbio. Logran someterme mientras
uno me agacha sobre el lavamanos y se funde en mi piel al tocarme la espalda, los
demás relucen cuchillos de cocina, apuñalando en secuencia intercalada el
maltrecho cuerpo de su narrador y aunque son inaudibles, doy gritos hasta que
todo se funde a negro.
Resalta desde blanco el panorama generando incertidumbre,
observando que estoy en el campo abierto de mi antiguo colegio. Están los
juegos, el cine domo pésimamente construido y las canchas con exiguo cuidado, volteo
la mirada en un perro de enormes proporciones con los ojos inyectados clavados
en mí, derramando hemoglobina oscura del hocico. Percibo luego caricias invisibles por mi
cuerpo, muy bruscas en áreas privadas; Entonces digo en voz alta desafiando: “¡Cómeme de una vez maldito!”.
Subo la cabeza en la penumbra del salón cuatrocientos-veinte,
me perdí la cátedra sobre ‘Entreacto’ de Clair y Picabia, ahora en proyección.
Miro alrededor a mis compañeros de clase absortos, excepto a uno que me observa
fijamente. El desconcierto universitario me dura poco, pues al volver hacia el monitor
del portátil leo esta frase,”Face to face”.
Salgo del entorno rápidamente al culminar la peculiar
enseñanza, dirigiéndome a una mesa de la cafetería y sentándome ahí cabizbajo
siento un escozor placentero en la espalda, incrementándose extasiando cada
vello, cuando detrás de mí una garra de frondoso pelaje rodea mi cuello
asfixiándome. Ha regresado esa abyecta bestia de mi niñez ahora antropomórfica,
viéndola cada vez más difusa, casi sin fuerzas, lo mordí hasta que se desvaneció.
Despierto babeando sobre el escritorio, entumecidas las
piernas y levantando la cabeza, nunca pensé estar tan contento de ver mis
comics regados por el suelo. Ahora… tengo hambre… saldré un rato para ver una
nube y no solo escribirla.